La Inteligencia Artificial (IA), una de las innovaciones tecnológicas más alabadas del siglo XXI, comienza a generar preocupación no solo por su potencial impacto en el empleo o en la privacidad, sino por algo más básico: el agua. Detrás de cada interacción con un chatbot o de cada búsqueda inteligente, se esconde una demanda creciente del recurso hídrico, invisible para la mayoría, pero alarmante para científicos y ambientalistas.
Si las proyecciones actuales se cumplen, para 2027 el consumo global de agua relacionado con la IA podría superar el gasto anual de países enteros como Dinamarca. Esta expansión acelerada pone en riesgo la disponibilidad del líquido vital para consumo humano y revela una cara poco conocida de la revolución digital.
Crecimiento tecnológico, Presión Hídrica
El discurso oficial, tanto en México como en otras partes del mundo, celebra el potencial de la IA como herramienta para el desarrollo económico. Durante una visita a Ginebra en 2024, autoridades del Gobierno de Nuevo León destacaron las oportunidades que la IA representa para automatizar procesos, optimizar recursos y elevar la competitividad del sector empresarial. En la práctica, algunas firmas con operaciones internacionales ya trabajan en su integración.
Sin embargo, este entusiasmo muchas veces pasa por alto el costo ambiental del uso masivo de estos sistemas. De acuerdo con datos difundidos por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), cada vez que una persona interactúa con una IA como ChatGPT —ya sea para obtener una receta, escribir un correo o resolver una duda— se consume una cantidad considerable de agua.
La razón está en el corazón mismo del funcionamiento de estos sistemas: los centros de datos. Equipados con miles de servidores que procesan información las 24 horas del día, estas infraestructuras generan altas temperaturas, lo que obliga a usar sistemas de enfriamiento que consumen agua de manera intensiva. A diferencia del uso doméstico, que es visible y controlable, este consumo queda oculto en las operaciones digitales.
Detras de cada consulta, litros de agua
Los números comienzan a ser alarmantes. Según la plataforma Primeweb, una IA como ChatGPT podría requerir entre 1 y 2 litros de agua por cada 20 a 100 interacciones. Este cálculo toma en cuenta tanto el enfriamiento de los servidores como el uso del agua en los procesos energéticos asociados. Si consideramos que este modelo recibe hasta 10 millones de consultas diarias, hablamos de un consumo potencial de entre 100 mil y 500 mil litros por día. Es decir, hasta 182.5 millones de litros al año, más que el consumo diario de toda la ciudad de Monterrey, que ronda los 178.3 millones de litros.
Un ejemplo más visual: tan solo el entrenamiento de GPT-3, uno de los modelos más populares, requirió entre 210 mil y 700 mil litros de agua, lo equivalente al proceso necesario para fabricar alrededor de 300 mil automóviles. Todo esto sin considerar el agua usada para producir la energía que alimenta esos sistemas, ni la empleada en la manufactura del hardware especializado.
Además de la refrigeración, la fabricación de componentes para IA también demanda agua. Para producir semiconductores, por ejemplo, se utilizan minerales escasos como silicio, germanio y galio, cuya extracción representa otra amenaza para los cuerpos de agua y ecosistemas cercanos.
Los datos que sí duelen
Un estudio publicado en marzo de 2024 por investigadores de la Universidad de Ámsterdam titulado “El consumo excesivo de agua de la IA amenaza con eclipsar sus contribuciones ambientales”, advierte que la huella hídrica de esta tecnología no se limita al presente. A medida que más sectores la incorporen, la demanda de agua seguirá creciendo.
Empresas como Google ya ofrecen evidencia de esta tendencia. En 2022, sus centros de datos utilizaron más de 21 mil millones de litros de agua potable, un 20% más que el año anterior. La situación, lejos de estabilizarse, parece escalar rápidamente: se estima que el consumo energético de la IA podría duplicarse para 2026, lo que a su vez implicaría una mayor presión sobre las fuentes de agua dulce.
En paralelo, se proyecta que para 2027 la industria de la inteligencia artificial necesitará entre 4,200 y 6,600 millones de metros cúbicos de agua para mantener operativos los centros de datos que la soportan. Se trata de volúmenes que podrían abastecer a millones de personas durante años, y que ahora se destinan al mantenimiento de algoritmos.
Y mientras los gigantes tecnológicos expanden su infraestructura, las comunidades locales sufren los efectos del desabasto.
Una realidad incómoda para la Inteligencia Artificial
El caso de Monterrey es particularmente ilustrativo. En esta ciudad, donde el déficit hídrico alcanza los 31 millones de metros cúbicos anuales, se inauguró en fechas recientes el AI Laboratory, un centro especializado impulsado por IBM y Digital Hub Monterrey para promover el uso de IA en más de 25 grandes empresas regiomontanas.
La contradicción es evidente: mientras se alienta el crecimiento de infraestructura tecnológica que podría aumentar el consumo de agua, amplios sectores de la población enfrentan recortes, tandeos y crisis de suministro. Como lo advierte el doctor José Antonio Ordóñez Díaz, académico de la UNAM y el Tecnológico de Monterrey, la expansión digital no puede avanzar sin considerar su impacto ambiental, especialmente en territorios donde el acceso al agua ya es limitado.
La situación plantea una paradoja compleja. Por un lado, la inteligencia artificial se presenta como solución para problemas como la eficiencia energética, la gestión de recursos y el monitoreo ambiental. Pero, por otro lado, sus propias necesidades operativas la convierten en parte del problema.
Este dilema ético y ecológico exige respuestas desde los gobiernos, la academia y el sector privado. No basta con medir el progreso en innovación o productividad; es indispensable evaluar el impacto de cada avance en términos de sustentabilidad.
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